
lunes, 13 de junio de 2011
domingo, 12 de junio de 2011
CARTA A EXTRANJEROS, ANTE LA AUSENCIA DE UNA INFORMACIÓN FIDEDIGNA
Dado que los acontecimientos que están teniendo lugar en España no son difundidos adecuadamente por los medios de comunicación convencionales, y también porque muchos de nuestros amigos y colegas de otras universidades europeas nos estáis solicitando expresamente información, un grupo variado de miembros de la Universidad española y de jóvenes que participan en tales sucesos hemos acordado, en consonancia con el sentir generalizado, precisar lo siguiente:
1. DESINFORMACIÓN
El hecho mismo de la falta de información es un problema que debe ser subrayado. Cuando se supone que nuestras democracias aseguran la libertad de expresión, resulta muy indignante y necesitado de una seria reflexión que los medios de comunicación estén minimizando y deformando lo que realmente sucede. Lo están minimizando porque prestan una atención escasísima ante un conjunto de sucesos que, sin embargo, constituyen un movimiento multitudinario, cuyo sentido es inédito en las últimas décadas. Lo están minimizando porque lo vinculan exclusivamente con problemas contingentes e internos relacionados con la crisis económica y política de nuestro país, cuando, por el contrario, las protestas y reivindicaciones rebasan el contexto español y se refieren ya a la situación actual de Europa, de Occidente y del mundo. Los medios, por otra parte, están deformando lo que sucede porque aprovechan cualquier mínimo “error” o “desviación” de la dirección general de los acontecimientos para hacer de ello lo general y central de éstos. Así, por ejemplo, se suelen referir a jóvenes “anarquistas” o “antisistema” sin ideas concretas que desean impedir el libre juego de las elecciones democráticas. Pero todo ello es falso y se aclara en los siguientes puntos.
2. “POR UNA DEMOCRACIA REAL YA”
Los acontecimientos comienzan con manifestaciones de miles de personas en toda España el día 15 de mayo. Es claro que tales manifestaciones tienen lugar antes de las elecciones municipales, pero no pretenden impedirlas, sino reclamar de ellas la altura democrática suficiente. Las manifestaciones no apoyaron o repudiaron a ningún partido político en particular, sino que se presentaban como pre-políticas, en el sentido de que se dirigían a la forma misma de ejercer la democracia, cuestionando el modelo de democracia (restringido por unos partidos que respetan muy defectuosamente el mandato constitucional de ser vehículo de la participación popular) y su alcance (pues una democracia a la que se le confisca las decisiones económicas no es democracia).
En esa línea se hacían reivindicaciones de fondo como las siguientes: reforma de la ley electoral (que propicia un modelo bipartidista capaz de marginar otras opciones ya existentes o por crear), una democracia mucho más participativa (que corrija los modelos actuales con la introducción, por una parte, de dispositivos que amplíen la participación democrática y, por otra parte, de control judicial de la intromisión de la economía en la política), la vinculación de la mayoría de la clase política con los poderes económico-financieros, la falta de transparencia, la corrupción y, más allá de todo ello, la carencia de ideas genuinas en nuestros gobernantes, de ideas que tengan un valor en sí mismo y que no se reduzcan simplemente a su carácter pragmático y coyuntural para resolver problemas a corto plazo.
En ese sentido, el movimiento conecta con la defensa de una tradición moral republicana para la cual, por un lado, la vida política debe convertirse en parte de cualquier proyecto de un ciudadano que se precie y que sostiene, por otra parte, que vivir exclusivamente de la política corrompe profundamente cualquier servicio público, el cual, en cuanto tal, debe ser provisional y abierto a la rotación ciudadana. Se estaba demandando de la clase política, y se sigue demandando de ella, una reflexión sobre la situación general en la que nos encontramos, no sólo en España, sino en Europa, cuya “crisis” es mucho más que económica: “crisis” de valores que estén por encima de los mercados y del simple bienestar práctico.
En este contexto es necesario destacar que el signo universal de todas estas reivindicaciones ha ido haciéndose progresivamente explícito, estando referido, en lo concerniente a la situación económica, a la ciudadanía europea en general (en la medida en que se exige que la crisis económica no la paguen los más pobres, sean españoles o de cualquier otro país) y dirigido al mundo entero en el plano de un mundo globalizado (al reclamar una reflexión sobre las diferencias de poder generadas entre “mundos”, primero, segundo y tercero)
3. “ACAMPADAS”
A las manifestaciones del 15 M siguieron lo que ha sido llamado “acampadas”. Las acampadas son procesos de reflexión ciudadana que tienen lugar en plazas de prácticamente todas las ciudades españolas. A dichas plazas acuden diariamente miles de personas, primero jóvenes pero de inmediato de todas las edades. Las reflexiones adoptan la forma de “asambleas”, en un espacio que, en su forma, recupera experiencias de participación pública masiva que, desde el mundo clásico, nos recuerdan que la felicidad está también en compartir lo común y no sólo en la búsqueda competitiva del éxito individual. Como toda transformación política noble, también aquí se recuperan experiencias democráticas que el mainstream académico había declarado fenecidas. Intensas discusiones revisan, con una calidad teórica más que respetable, los valores de la democracia griega o de los consejos obreros de 1956 en Budapest, las experiencias anarquistas o el sistema suizo. Algunos de quienes hablan de ello son profesores de universidad; otros son camioneros, funcionarias o amas de casa que han preparado concienzudamente sus intervenciones. No asombrarse ante esto, no admirar su novedad, sólo pueden hacerlo personas poco liberales, en el sentido original del término, tal y como floreció en la revolución española de 1812: personas poco generosas, o, como diría el Conde de Toreno, “hombres resentidos por vanidad, por envidia o por una censura merecida; todos los egoístas, todos los malos ciudadanos que no están bien con ningún gobierno, ni tienen más patria que a sí mismos”.
Los allí reunidos mantienen unos “mínimos indispensables”: comportamiento reflexivo pre-político (no vinculado a ninguna bandera política), comportamiento absolutamente pacífico, rechazo de cualquier jerarquía que no sea la de la argumentación y posibilidad de intervención para todos. Las “inquietudes” y los “problemas” allí discutidos adoptan luego una formulación consensuada. Mucho cabría decir sobre estas asambleas, incluido críticamente, pero a condición de aprender de todo lo que vivifican nuestra vida política y de lo que enriquecen la experiencia personal de quienes allí participan.
Este fenómeno ha provocado no sólo la simpatía de buena parte de la población española, sino también el entusiasmo, porque ha roto con décadas de inercia y de individualismo, mostrando una responsabilidad cívica, una capacidad de autogestión, una manifestación de respeto al “otro”.... que han estado tristemente ausentes de la vida española desde la transición política.
Pueden agruparse las preocupaciones de estas asambleas en dos órdenes. En el orden político, la continuación y ampliación de aquellas inquietudes que se expresaban en las manifestaciones del día 15, relativas a la necesidad de una democracia real (ya mencionadas). En ese contexto se ha ido mostrando, entre otras cosas, la necesidad de una sociedad civil genuina, una sociedad civil que hoy parece adoptar una forma reticular, sin “sujeto” central privilegiado, en la que las ideas se van forjando por medio de interacciones múltiples y multidireccionales. También puede ser destacado el deseo de transformar lo que tradicionalmente ha sido llamado “masa” (frecuentemente tildada de “ciega”, “inercial”, “carente de principios”, “sumisa”, etc.) en una nueva forma de vinculación “masiva” capaz de mantener la lucidez, de generar creativamente ideas nuevas, de fortalecerse contra las fuerzas inerciales que gobiernan a los seres humanos.
En un segundo orden de cosas, pueden agruparse aquellas problemáticas que afectan a la cultura y forma de vida de nuestras sociedades. Entran aquí las protestas contra el dominio del neoliberalismo, que no es sólo ya una forma del trabajo y la economía, sino un modo de vida y comprensión del mundo. Cuando miles de pancartas muestran la frase “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros” se está diciendo, sí, que hemos de protegernos del poder económico. Ahora bien, no es reductible a esto. Se dice también que el ser humano, en cuanto tal, “no puede ser tratado como mercancía”, que el ser humano no puede perder su autonomía, su capacidad de juicio, su vida creativa, convirtiéndose en un mero consumidor, en un mero objeto a disposición de un modo de vida en el que sólo rige la estrategia utilitaria, el pragmatismo sin ideales nobles o la competitividad. Entran aquí también las inquietudes que se refieren a la necesidad de repensar qué significa “progreso” y qué tipo de “progreso” deseamos, pues el progreso, si es sólo monetario o tecnológico, no moviliza lo propiamente humano. Es por ello por lo que no se puede confundir este movimiento con un malestar propio de personas que “viven cómodamente” y que añoran su bienestar material. La “indignación” pide a España, a Europa y al mundo una reflexión sobre lo que conviene a la “dignidad” del ser humano.
En el momento presente, este movimiento, que se mueve entre la transformación política y la cultural, está llamando la atención de la Universidad española, precisamente por el alcance universal que ha mostrado. En estos momentos, la universidad de nuestro país está en proceso de unificar sus esfuerzos por mostrar, en la línea de todo lo anterior, el carácter filosófico de las intenciones más profundas del movimiento: la necesidad de repensar nuestro destino europeo, nuestra decadencia en principios y horizontes de sentido, y con ello, también el destino de la humanidad.
9 de Junio, en un lugar cualquiera de España,
Por personas que están viviendo la misma experiencia.
lunes, 30 de mayo de 2011
lunes, 23 de mayo de 2011
miércoles, 6 de abril de 2011
EL MUNDO DE ALICIA FRENTE A NUESTRO MUNDO
¡En qué mundo vivimos! Es como si todo estuviera “patas arriba”. Como dice Baltasar Gracián “todo va al revés en consecuencia de aquel desorden capital: la virtud es perseguida, el vicio aplaudido; la verdad muda, la mentira trilingüe; los sabios no tienen libros y los ignorantes librerías enteras; los libros están sin doctor y el doctor sin libros; la discreción del pobre es necedad y la necedad del poderoso es celebrada”. Es el mundo al revés, como lo imaginaba Alicia.
¡Qué vueltas da el mundo alrededor de lo mismo! ¡Qué ignorancia ante lo fundamental! Y no es que uno sepa algo que los demás ignoran. No. Solamente es la angustia que me provoca esta ignorancia, la impotencia de no poder roturar de manera auténtica mi propio camino. La impotencia de no poder salir de los caminos que nos vienen dados. Pero, ¡vaya prepotencia! ¡Que yo sepa lo que todo el mundo ignora! Bueno, en realidad no es, ni de lejos, así. Lo que aquí digo, lo hago desde el más genuino espíritu socrático, que ante el adversario más temible era capaz de poner de manifiesto la ignorancia de aquel y no la propia sabiduría –por mucho que demostrase sus habilidades dialécticas—.
Hoy nos sentimos excesivamente vueltos hacia nosotros mismos y no somos capaces de zambullirnos en la realidad que nos toca: no captamos la demanda del amigo que necesita ayuda, ya sea éste cercano o extraño; no somos capaces de apreciar el amor que nos dispensan; ni de responder al rostro que nos interpela; es la fantasía del sentirse único la que mueve este mundo sobre un eje que, paradójicamente, permanece fijo. Narcisismo, prepotencia, falso sentido de la felicidad o placeres que buscan convertir el mundo en cosas que se almacenan, como las conservas, son características de una sociedad que Heidegger ya describió con mucha nitidez.
…Como ya demostró Lewis Carroll podemos ver el mundo a través del espejo, invertido, y, de este modo, responder ante él con humor y fina ironía. Y Alicia nos enseñó algo muy importante: ella se miró en aquel espejo y nunca se vio a sí misma.
¡Eso es lo que nos falta!¡Desvelar el secreto de Alicia!
David Fernández
miércoles, 23 de marzo de 2011
martes, 5 de octubre de 2010
jueves, 30 de septiembre de 2010
PARA VOLVER A EMPEZAR...
viernes, 11 de septiembre de 2009
EL ZARATUSTRA DE NIETZSCHE. UNA LECTURA IMPRESCINDIBLE.

miércoles, 22 de julio de 2009
EL MUNDO ES VOLUNTAD DE PODER
martes, 23 de junio de 2009
EL CARACTER INNATO Y LA VIRTUD EN ARISTÓTELES
viernes, 5 de junio de 2009
Friedrich Nietzsche, "Del camino del creador".
«El que busca, fácilmente se pierde a sí mismo. Todo irse a la soledad es culpa»: así habla el rebaño. Y tú has formado parte del rebaño durante mucho tiempo.
La voz del rebaño continuará resonando dentro de ti. Y cuando digas «yo ya no tengo la misma conciencia que vosotros», eso será un lamento y un dolor.
Mira, aquella conciencia única dio a luz también ese dolor: y el último resplandor de aquella conciencia continúa brillando sobre tu tribulación.
Pero ¿tú quieres recorrer el camino de tu tribulación, que es el camino hacia ti mismo? ¡Muéstrame entonces tu derecho y tu fuerza para hacerlo!
¿Eres tú una nueva fuerza y un nuevo derecho? ¿Un primer movimiento? ¿Una rueda que se mueve por sí misma? ¿Puedes forzar incluso a las estrellas a que giren a tu alrededor?
¡Ay, existe tanta ansia de elevarse! ¡Existen tantas convulsiones de los ambiciosos! ¡Muéstrame que tú no eres un ansioso ni un ambicioso!
Ay, existen tantos grandes pensamientos que no hacen más que lo que el fuelle: inflan y vuelven aún más vacíos.
¿Libre te llamas a ti mismo? Quiero oír tu pensamiento dominante, y no que has escapado de un yugo.
¿Eres tú alguien al que le sea lícíto escapar de un yugo? Más de uno hay que arrojó de sí su último valor al arrojar su servidumbre.
¿Libre de qué? ¡Qué importa eso a Zaratustra! Tus ojos deben anunciar con claridad: libre para qué?
¿Puedes prescribirte a ti mismo tu bien y tu mal, y suspender tu voluntad por encima de ti como una ley?
¿Puedes ser juez para ti mismo y vengador de tu ley?
Terrible cosa es hallarse solo con el juez y vengador de la propia ley. Así es arrojada una estrella al espacio vacío y al soplo helado de la soledad.
Hoy sufres todavía a causa de los muchos, tú que eres uno solo: hoy conservas aún todo tu valor y todas tus esperanzas.
Mas alguna vez la soledad te fatigará, alguna vez tu orgullo se curvará y tu valor rechinará los dientes. Alguna vez gritarás «¡estoy solo!»
Alguna vez dejarás de ver tu altura y contemplarás demasiado cerca tu bajeza; tu sublimidad misma te aterrorizará como un fantasma. Alguna vez gritarás: « ¡Todo es falso!»
Hay sentimientos que quieren matar al solitario; ¡si no lo consiguen, ellos mismos tienen que morir entonces! Mas ¿eres tú capaz de ser asesino?
¿Conoces ya, hermano mío, la palabra «desprecio»? ¿Y el tormento de tu justicia, de ser justo con quienes te desprecian?
Tú fuerzas a muchos a cambiar de doctrina acerca de tí; esto te lo hacen pagar caro. Te aproximaste a ellos y pasaste de largo: esto no te lo perdonan nunca.
Tú caminas por encima de ellos; pero cuanto más alto subes, tanto más pequeño te ven los ojos de la envídia. El más odiado de todos es, sin embargo, el que vuela.
«¡Cómo vais a ser justos conmigo! -tienes que decir - yo elijo para mí vuestra injusticia como la parte que me ha sido asignada».
Injusticia y suciedad arrojan ellos al solitario: pero, hermano mío, si quieres ser una estrella, ¡no tienes que iluminarlos menos por eso!
¡Y guárdate de los buenos y justos! Con gusto crucifican a quienes se inventan una virtud para sí mismos, odian al solitario.
¡Guárdate también de la santa simplicidad! Para ella no es santo lo que no es simple; también le gusta jugar con el fuego - con el fuego de las hogueras para quemar seres humanos.
¡Y guárdate también de los asaltos de tu amor! Con demasiada prisa tiende el solitario la mano a aquel con quien se encuentra.
A ciertos hombres no te es licito darles la mano, sino sólo la pata: y yo quiero que tu pata tenga también garras.
Pero el peor enemigo con que puedes encontrarte serás siempre tú mismo; a ti mismo te acechas tú en las cavernas y en los bosques.
¡Solitario, tú recorres el camino que lleva a ti mismo! ¡Y tu camino pasa al lado de ti mismo y de tus siete demonios!
Un hereje serás para ti mismo, y una bruja y un hechicero y un necio y un escéptico y un impío y un malvado.
Tienes que querer consumirte a ti mismo en tu propia llama: ¡cómo te renovarías si antes no te hubieses convertido en ceniza!
Solitario tu recorres el camino del creador: ¡con tus siete demonios quieres crearte para ti un Dios!
Solitario, tú recorres el camino del amante: te amas a ti mismo, y por ello te desprecias como sólo los amantes saben despreciar.
¡El amante quiere crear porque desprecia! ¡Qué sabe del amor el que no tuvo que despreciar precisamente aquello que amaba!
Vete a tu soledad con tu amor y con tu crear, hermano mío; sólo más tarde te seguirá la justicia cojeando.
Vete con tus lágrimas a tu soledad, hermano mío. Yo amo a quien quiere crear por encima de sí mismo, y por ello perece. -
F. Nietzsche,
Así habló Zaratustra.
Un camino o una interpretación de "El camino del creador".
Al hablar de este capítulo me guardaré de dos cosas. De los textos de Nietzsche es imposible hacer un resumen o un comentario de texto tradicional. Esto sería como intentar resumir un poema de Antonio Machado. Por ello, no hay nada mejor que acercarse al texto y callar acerca de lo que allí se dice. En otro lugar, nos dice Nietzsche, que no nos estimamos bastante cuando nos comunicamos. “Nuestras vivencias auténticas –dice el autor- no son en modo alguno charlatanas. No podrían comunicarse si quisieran. Es que les falta la palabra”. Pero algo hay que decir, aunque sea cometiendo los errores contra los que el mismo Nietzsche nos persuade.
Pues bien, esto es lo que le pasa al «solitario». El solitario es un “incomprendido”. El incomprendido está condenado a la soledad. Hay quienes estando rodeados de gente son atacados por eso que llamamos “soledad”. Es curioso que sea en nuestras sociedades donde sea más peligroso el abismo al que nos asoma la soledad. Es curioso, sobre todo, porque hoy día es más fácil que nunca la comunicación. La respuesta de Nietzsche a la cuestión de por qué el solitario es incomprendido es inquietante: porque no hay nadie que pueda comprenderlo. El solitario es el creador. Como creador él tiene su propio lenguaje. Pero, ¿En que consiste ser creador? ¿Se trata de ser un genio? ¿De hacer de la propia vida una obra de arte? ¿Se trata de vivir en la autenticidad? ¿De llegar a ser uno mismo un Dios? ¿Quién es este creador que tiene que andar un camino? ¿Cuál sería ese camino? ¿Existe previamente el camino?
Decía el poeta “caminante no hay camino”; y otros añadían “se hace camino al andar”. No vaya nadie a estos textos a la búsqueda de un camino que seguir, pues cada cual ha de seguir su propio camino. Que no venga nadie diciendo que Nietzsche dijo tal o cual cosa. Por ello, no es de extrañar que el Zaratustra lleve por subtítulo “un libro para todos y para nadie”. Más claro lo decía en el capítulo de esta obra que lleva por título “Del espíritu de la pesadez”: « “Éste es mi camino, ¿dónde está el vuestro?”, así respondía yo a quienes me preguntaban “por el camino”. ¡El camino, en efecto, no existe!».
Con todo esto ya empezamos a tener los elementos para comprender qué quería decir Nietzsche con este enigmático capítulo. Para ello ya debemos empezar a escribir con más cuidado. Y es que nunca sabremos lo que Nietzsche quiso decir. Es más, él no nos quería decir nada, o al menos nunca se propuso explicar lo que sentía que debía decir, pues esto iba contra sus mejores hábitos y contra el orgullo de sus instintos. Sería más sensato decir que en nuestra lectura, quizá descubramos algunos caminos que son posibles desde el pensamiento de Nietzsche. Pero, una vez que ya no hay caminos previos –que no hay una verdad en ningún lugar ahí para ser descubierta- nos queda intentar descifrar qué podría significar aquello que se llama el “camino del creador”.
La metáfora del “bosque” es interesante para esta cuestión. En el bosque no hay caminos previos. El lugar en que te encuentras es el que hace que aparezcan unos caminos y que otros desaparezcan. Depende de donde estés para que aparezcan unas sendas u otras. Si hoy ves esta parte, la otra queda en la sombra. Nunca podrás ver todo el bosque, por mucho que pasees dentro de él. Basta que desvíes tu camino para que aparezcan nuevos sitios transitables y nuevos paisajes. El bosque es posible vivirlo de infinitas maneras; toda verdad depende allí de descubrir nuevos lugares. Pero este descubrimiento no es de algo que ya estaba allí para verse. Ese lugar, es creado en la misma visita del que pasea. Disfrutar de los paisajes del bosque es algo que se hace desde una perspectiva que ya nadie podrá rememorar y revivir. Nunca serán los mismos ojos ni el mismo lugar; jamás volverás por el mismo camino. Esta persona verá algo de aquel rincón que nadie nunca había visto antes. Cuando abandone aquel lugar, ese rincón desaparecerá tal cual era. En el bosque, lo importante es que nada se repite.
Esto es un poco difícil de entender. Pero quizá se entienda mejor si vemos el bosque como un laberinto. Una vez leí algo muy interesante en la segunda página de un libro de filosofía para Bachillerato: “el que sólo busca la salida no entiende el laberinto, y aunque la encuentre saldrá sin haberlo entendido”. Sabiendo que aquí no se trata de entender sino de comprender, podríamos hacer nuestra esta sentencia. Uno puede ver el bosque desde fuera, pero ¿qué comprendemos de él? Yo diría que nada. Pero ¿podemos llegar a conocerlo del todo si estamos dentro de él? Yo diría que tampoco. ¿Por qué? Hagamos un ejercicio mental muy sencillo y veremos por qué creo que no. Cuando le damos un golpe a nuestro coche, lo llevamos a arreglar a un taller. Imaginemos que el golpe se lo ha llevado la parte delantera. Los mecánicos pintan las piezas nuevas, de manera que la pintura nueva contrasta con la de las piezas que no se han pintado. ¿Qué es lo que hacen para que no se note el contraste que hay entre las piezas que se han reparado y las que no se habían roto en el golpe? Difuminan levemente un poco de pintura nueva al resto de las piezas para que recobren vitalidad. Ahora bien ¿por qué no se nota el contraste? ¿Por qué no nos damos cuenta los clientes de esta “chapuza”? Pues porque nuestra visión del coche siempre es desde una perspectiva. Por ejemplo, si lo miramos de frente no podemos ver el maletero. Si pudiésemos ver el coche como un todo podríamos apreciar el contraste. Pero esto es imposible.
Entre la perspectiva que se da en el bosque y la que tenemos al mirar el coche hay una diferencia. Cuando miramos de frente el coche podemos tener certeza de cómo es la parte trasera porque la hemos visto en muchas ocasiones, pero cuando estamos en el bosque la cosa no es tan sencilla. Mirar desde un lugar hace que los otros lugares se trasformen. Nunca podremos imaginarnos cómo es este bosque concreto desde dentro, teniendo simultáneamente al mismo tiempo la imagen de todos los lugares tal como son. No existen lugares en sí. Esos lugares, para ser tales, dependen de la parcialidad de la perspectiva. Esos lugares no existen en sí mismos como si existe el coche tal como es. Existe aquel lugar donde estuve con mi chica por primera vez; aquel rincón donde jugamos al escondite. Nunca hubo lugares en sí.
Recuerdo una de esas tardes que paseaba con Verónica por uno de los bosques de la Sierra de Pozo Alcón. Era uno de los primeros días de la primavera; la tarde empezaba a dejar sitio a la noche. De pronto miré hacia atrás y el camino que habíamos dejado atrás desapareció. En su lugar aparecieron cerca de diez o doce nuevos senderos que habían permanecido en la oscuridad. Fue un rayo de luz que las colinas de enfrente habían filtrado el que nos hizo cambiar de lugar. Éste haz hizo luz sobre nuevos caminos al tiempo que enterraba otros. Sobre todo había desaparecido el camino que nos había traído hasta allí. Ya nunca volveríamos a pasar por él. ¿Por qué? Desconozco si ella sintió lo que yo; hubiese sido una descortesía preguntarle tal cosa, sabiendo que no tendría, en tal caso, palabras para responderme. Yo tampoco voy a intentar describir lo que sentí. Pero en aquel mágico segundo de reloj pasó por mi cabeza toda mi vida al mismo tiempo; sentí náuseas que me arrojaban al abismo de la soledad. Pensé qué algún día, muchos años atrás, habían paseado por ese bosque parejas de enamorados y que de ellos ya nada quedaba. Me atajó un terrible miedo a morir. Incluso a morir en vida. Se puede morir en vida; esto ocurre cuando uno está sólo. Temí perderla. Pero ese miedo a la soledad era comprensible. Estaba experimentando en mi soledad algo que ahora considero un privilegio. Pero un privilegio como este tiene algo negativo. Es como un secreto que jamás podrás contar. Y no se puede contar porque no hay palabras para ello. De lo que si estoy seguro es que aquella experiencia del atardecer jamás la podría tener un Dios ni nada que se le pareciese. Era la conciencia de mi finitud la que me atravesó e hizo sentir ese grato momento. Sentí algo que cualquiera hubiese deseado vivir otra vez.
De lo que estoy seguro es que yo no buscaba experimentar aquello. Toda esa tarde fue un regalo, el regalo del más solitario. El solitario tiene una virtud. Y es que él es capaz de apreciar lo bueno de la perspectiva. Él no ansía verlo todo de una vez. Por ello, es capaz de vislumbrar siempre nuevos caminos y nuevas metas. Contra el famoso refrán yo diría que “sólo el que no busca, encuentra”. El solitario es capaz de conformarse con poco porque él lo ha creado. Él es “una rueda que se mueve a sí misma”, esto es, alguien que vive su vida –usando las palabras de Heidegger- auténticamente. Pero, ¿qué es vivir auténticamente?
Ya hemos visto algo de esto. Pongamos un nuevo ejemplo que tomo de un profesor que admiro mucho: una mujer no lucha por el hombre al que ama porque éste está con otra mujer y prefiere no coaccionarlo; otra está en el mismo caso y lucha, porque cree que el amor es pasión y que ha de ser seguido aunque implique grandes riesgos. Estos dos casos, nos explica Luís Sáez, son diferentes pero en el acto mismo hay una misma cosa: autenticidad, es decir, compromiso efectivo con una idea de libertad. Pero podría darse otro caso: una tercera dama elige renunciar al amado simplemente por resignación, otra elige luchar por simple sentimiento de arrogancia frente a la otra mujer: en estos casos cabe hablar de inautenticidad.
El que vive auténticamente, no es ni ansioso ni ambicioso. El que cree poderlo todo, el que cree poder verlo todo, es alguien que busca la semejanza con Dios, el inauténtico. Aunque a primera vista parezca extraño éste es el hombre del rebaño, la persona inauténtica. Es una persona que se siente impotente, pues sus ansias de poder topan constantemente con la realidad. Para no poner en evidencia su impotencia reacciona contra todo lo que le supera. Entonces sus malos instintos se vuelven contra él en el desprecio de toda persona que vive su vida desde sí, esto es, que vive haciendo suyos sus propios valores. El hombre-masa mira al creador, al más solitario, con envidia. Desearía ser como él pero no puede. El impotente no puede mirar de cara al abismo y mantenerse en pié; no es capaz de mirar cara a cara al destino y decirle: ¿esto era el destino? Pues bien, “¡Da capo!” ¡Otra vez! Contra esto vive su vida en la esperanza de otro mundo que no es el de los vivos.
Este tipo de hombres no están a la altura del creador. Sus palabras no están hechas para tales oídos. Por ello éstos –los débiles de espíritu- nunca serán sus enemigos. A estos es mejor darles “la pata” en vez de la mano. El verdadero enemigo del creador es él mismo, su propia soledad. Por eso dice Nietzsche:
«Hoy sufres todavía a causa de los muchos, tu que eres uno solo: hoy conservas aún todo tu valor y todas tus esperanzas. Más alguna vez tu soledad te fatigará, alguna vez tu orgullo se curvará y tu valor rechinará los dientes. Alguna vez gritarás “¡estoy sólo!”.
Alguna vez dejarás de ver tu altura y contemplarás demasiado cerca tu bajeza; tu sublimidad misma te aterrorizará como un fantasma. Alguna vez gritarás “¡Todo es falso!”
Hay sentimientos que quieren matar al solitario; ¡si no lo consiguen, ellos mismos tienen que morir entonces! Mas ¿eres tu capaz de ser asesino?»
Esta vida no es fácil. Se trata del modo más difícil de asumir. Empuñar un proyecto propio es una labor infinita, por interminable, que sólo es posible desde la finitud. La tarea de crear los propios valores nos pone ante un algo terrible. Si no hay valores en sí, entonces, uno ha de ser responsable de los suyos; uno ha de ser para sí mismo “juez y vengador de la propia ley”. En palabras de Heidegger podríamos decir que ante la amenaza de la nada éste se encuentra “sin fondo”. Pero en ese momento descubre que el auténtico fondo es, precisamente, esa sonora ausencia. Aquí es donde el hombre ha de interrogarse por el sentido, esto es, donde uno ha de buscar o crear su propio camino. Pero esta creación o búsqueda sólo tiene sentido desde la finitud de la existencia. Uno es para sí la última palabra y, en ese hacer por ser que no busca apropiarse de los otros –que los deja ser-, ha de configurar su vida desde la finitud. En esto le va la vida.
Por ello, dice Nietzsche:
“¡Solitario tú recorres el camino que lleva a ti mismo! ¡Y tu camino pasa al lado de ti mismo y de tus siete demonios!
Un hereje serás para ti mismo, y una bruja y un hechicero y un necio y un escéptico y un impío y un malvado. Tienes que querer quemarte a ti mismo en tu propia llama: ¡cómo te renovarías si antes no te hubieses convertido en ceniza!”
Frente a este tipo de hombre intenta alzarse el grupo de los “justos”. Y quizás aquí sonría mi amigo Alfonso: se trata de los hombres que tratan de imponer su justicia a otros. Una justicia, nos dicen, asentada en una supuesta verdad de las cosas –que nos dicen está ahí para ser comprobada empíricamente-, pero que jamás hace honor a lo particular y que, por lo mismo, responde a los intereses de ciertas “voluntades débiles de espíritu” –las que no son capaces de hacer suya la responsabilidad de crear un camino propio desde el que proyectar su vida con sentido.
Quizá lleve razón en esto Nietzsche y es que es mejor vivir en soledad que vivir intentando dirigir la vida de los demás. El impotente, negando lo más propio de sí, se abraza a las directrices del hombre “masa” porque tiene miedo de aquellos que crean sus propios valores; tiene miedo de aquellos que saben vivir con “lo poco” que han creado, tienen miedo de aquellos que no necesitan “tener para ser” sino que “son sin tener”. El creador no busca retener. Nada más lejos del espíritu del creador: éste si tuvo fue para destruir y luego crear. Y no busca retener porque no tiene miedo a vivir en la incertidumbre que supone ser él mismo su propia salvación. Él es, como dice Nietzsche riesgo y destino, “un juego de dados con la muerte”.
Cuevas del Campo,
19 de septiembre de 2006
miércoles, 20 de mayo de 2009
VIVIMOS DE LAS APARIENCIAS
Vivimos en el “mundo de la imagen”, o como dijo Heidegger, en “la época de la imagen del mundo”. Desde siempre la vida ha necesitado de las apariencias, de la representación. Y es que desde los orígenes del pensamiento se ha puesto de relieve la necesidad de aparentar lo que no “se es”.
El ciudadano griego poseía una especie de “máscara” que le permitía obrar en la “polis” como si en ello se jugase la vida. Pero la máscara permitía ocultar cosas más profundas. Todos los aspectos de la vida en su desenlace trágico –la idea de un amor frustrado por la traición y la muerte, la muerte prematura, los desastres naturales, etc.– eran eclipsados por un momento en su representación festiva y jovial. El teatro era el lugar donde esto ocurría. Pero es la modernidad la que nos pone ante el gran teatro del mundo. Desde Velázquez a Calderón de la Barca, pasando por Shakespeare, se ha resaltado la idea del mundo como ensoñación, como creación que tiene origen en el sujeto. De manera que en esta nueva concepción, los malos momentos debían ponernos en la tesitura de tener que pensar aquello que se le clavó a Hamlet en el corazón:
“¡Extínguete, fugaz antorcha!
La vida es una sombra tan sólo, que transcurre; un pobre actor
que, orgulloso, consume su turno sobre el escenario
para jamás volver a ser oído. Es una historia
contada por un necio, llena de ruido y furia,
que nada significa”.
También pensadores como Schopenhauer y Nietzsche se hicieron cargo de esta reflexión, cada uno a su manera. Aunque el tema de la representación y la verticalidad del acontecimiento es central en la reflexión de la filosofía contemporánea que hunde sus raíces en la fenomenología, en el pensamiento heideggeriano y en la hermenéutica. Schopenhauer dividió al mundo en dos, un mundo como voluntad y un mundo como representación. El mundo como representación es el mundo de la ficción creado por una voluntad que se expande a todos los rincones del universo y que tiene como máxima la idea de que la vida es un negocio que no cubre los gastos y que, por lo tanto, habría que declarar en quiebra y liquidarlo cuanto antes. Para él, el dolor es “la cosa mejor repartida del mundo”. Su pesimismo le llevó a afirmar que no habría nadie que, en algún momento de su vida, no afirmase que la cantidad de sufrimiento que le ha deparado la vida era más que suficiente. Nietzsche, por su parte, coincide en la idea de que el hombre posee en sí mismo un lado oscuro que no puede explicar –lleno de dolor, pasiones, deseos, valores, etc.— y que dirige la voluntad de la persona, más allá de su racionalidad. Por ello, consideraba que era necesario mentir, fingir, crear…Tanto es así que el arte es el remedio que él encuentra contra los embates de la vida. Cuando el hombre se hace cargo del horror que produce pensar en las cosas serias de la vida corre el riesgo de caer en la depresión y juzgar que la vida no vale nada, que está llena de injusticias. ¿Quién no ha pensado esto al ver cómo una madre arropa entre sus brazos a su hijo muerto de dos años? Pero contra el pesimismo de su maestro propondrá la representación de lo sublime y lo cómico. Y es el arte el que aúna estas dos perspectivas.
El problema es que el mundo se ha convertido, no en apariencia, sino el algo aparente. Vivimos en un mundo que ha banalizado la existencia y que no se plantea las preguntas importantes. Nadie se puede extrañar de esta tesis en un mundo en el que unos viven tan bien y otros tan mal. Y aquí participamos todos, lo queramos o no. En el mundo de la opulencia y el consumismo vivimos personas capaces de ver en el telediario sin inmutarnos la cantidad de gente que muere al día por falta de lo mínimo necesario para sobrevivir y, acto seguido, deleitarnos con la noticia de que Florentino Pérez va a gastar 300 millones de euros en fichar a Kaká, Cristiano Ronaldo y David Villa. Vivimos en lo que Debord ha llamado la vida del espectáculo. Luis Sáez reflexiona sobre esto con extraordinaria brillantez en su último libro Ser errático:
“Cada vez es más patente la conversión de la vida en espectáculo, lo que significa que lo real es suplantado a todos los niveles por la representación, por la imagen, por la puesta en escena. (…) Lo espectacular no es lo que posee grandeza, lo valioso desde sí, sino la vida misma de la imagen, separada de la existencia: grandiosidad, gigantismo; en la esfera de la palabra, un dis-curso autoenvolvente, cerrado sobre sí, monólogo autoelogioso e ininterrumpido: grandilocuencia”.
La vida se ha convertido en una ficción. La felicidad de todo el mundo es aparente. Nadie se atreve a afirmar que es infeliz al mismo tiempo que se llenan las consultas de psiquiatras o psicólogos y se disparan las ventas de libros de autoayuda. Vivimos en la burbuja de un “mundo feliz” que impide cada vez más una relación auténtica con las cosas y con las personas. Ya nadie se preocupa por la cosa misma en un mundo en el que todo es mero maquillaje. La publicidad es el secreto del éxito y desde sí conforma un tipo de verdad ajeno a la realidad. Así, por poner un ejemplo menos profundo y más cercano, es posible que un deejay se convierta en popular por la mera publicidad. Internet, un campeonato en el que nadie participa, o lo que sea, lo lanza a la fama. Ya se ha consagrado en este rito y no importa cómo mezcle o haga las cosas. Lo que importa es el rimbombante eslogan de “Campeón”. Y basta para que la gente en masa acuda a una discoteca a destrozarse los oídos con un personajillo que se preocupa más de su publicidad que por crear mezclas con estilo: por ejemplo, poniendo su nombre en su camiseta y carteles o alardeando aquí y allá de la gesta que le lanzó a la fama y que desde el pasado proyecta su futuro como si fuese el combustible de su obrar.
Pero lo triste es que esto no se limita a estos ámbitos. Lo peor aparece cuando la reflexión se centra en las cuestiones que de verdad importan: la vida política, social y económica, la vida familiar y de pareja, el trabajo, etc. Aquí sería necesario rescatar la idea griega de la “máscara” y pensar con Nietzsche que las apariencias son necesarias, pero sólo justificables si están al servicio de la vida, o lo que es lo mismo: una apariencia sólo se justifica si nace de las cosas mismas y, además, la fuerza que hay detrás de ella no es reactiva o negadora sino activa y potenciadora; una representación es positiva si detrás de ella no hay un espíritu vil sino una voluntad honesta con la vida.
¡Hagamos un esfuerzo por desenmascarar a todos los niveles los engaños y dejémonos seducir por aquellas ficciones y seducciones en las que resuena el amor a las cosas mismas!
martes, 21 de abril de 2009
SOBRE LA LIBERTAD
"En lo fundamental dependemos del azar y somos contingentes, pero esta contingencia nos hace crear una ilusión de libertad y de elección. Con todo, aun siendo una ilusión, su importancia es fundamental, pues esa ilusión de elección y de libertad es lo que nos permite construir un destino con minúscula, un destino personal. O, al menos, la ilusión de construirlo".
Rafael Argullol, Una filosofía nómada.