La vida es como la Fórmula 1, una carrera para conseguir esto o aquello a corto, medio o largo plazo. Una carrera que siempre vuelve a comenzar con los depósitos llenos o vacíos según la estrategia.
Cuando estudiaba ESO mi objetivo era llegar a Bachillerato. En Bachillerato ya la tarea se me presentaba difícil y la meta era aún más a corto plazo: terminar Bachillerato para ir a la Universidad –y allí “Dios diría”—. En la Universidad veía como meta terminar la carrera. Pero todavía me quedaba mucho por pasar: oposiciones, cursos, trabajos precarios, etc. Incluso si me remonto a mi niñez, en medio de unas circunstancias que ahora pienso que eran difíciles, pensaba que mi objetivo era llegar a cumplir los 30 años. Pensaba que si llegaba a esa edad me podía dar por satisfecho porque ya habría tenido tiempo para vivir todo aquello que, pensaba, merecía la pena.
Con tan sólo 14 años ya me planteaba el tema de la muerte en serio. Ahora me doy cuenta de lo equivocado que estaba respecto a lo que me quedaría por vivir. Es cierto que volvemos a vivir las mismas cosas una y otra vez. Aunque no con los mismos actores y el mismo decorado, en la vida se repiten los mismos acontecimientos y los mismos problemas. Es como en las carreras de coches, donde el circuito es circular y entre unos y otros siempre hay un parecido de familia.
Incluso podemos extraer otra similitud. En la vida unos ganan y otros pierden. Los que ganan no lo hacen sólo porque sean los mejores pilotos sino porque han tenido la suerte de “caer” en una buena escudería –incluso han tenido la suerte de poder dedicarse exclusivamente a conducir un F1—. Como en las carreras, el que tiene que pasar el tiempo preocupándose de la subsistencia del equipo –de su grupo— no le queda tiempo para dedicarse al deleite de estar entre los mejores. Sólo hace falta echar un vistazo a las clases más desfavorecidas o a los países más pobres del planeta para darse cuenta de lo que digo.
Pero hay una similitud que me llama bastante la atención y es la de la estrategia de la gasolina. Como es sabido, en la sesión de clasificación el objetivo es hacer el mejor tiempo para conseguir salir lo más adelante posible en la parrilla de salida. Lo importante es coger un buen puesto para la carrera del domingo. El problema es que cuantas más vueltas des para conseguir tu tiempo, luego saldrás con menos combustible en la carrera. Y esto hará que durante la carrera del domingo tengas que repostar antes que los demás porque llevarás menos gasolina. Irás más rápido en las primeras vueltas, porque irás más descargado y tu coche pesará menos, pero luego perderás mucho tiempo en la parada de boxes.
Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con la vida? Bien. Recuerdo la carrera del año pasado en Singapur en la que un accidente provocó la salida del coche de seguridad (safety car). Cuando sale este coche todos van detrás de él y nadie puede ni adelantar ni entrar en el box a repostar combustible. Esto benefició a Alonso que salió muchos puestos atrás y que gracias a que había guardado gasolina en su tanque pudo continuar mientras otros se quedaban sin combustible y se quedaban parados en la cuneta. Y es que en la vida pasa igual. Existen las personas que no saben cargar su vida de felicidad, esto es, llenar los depósitos hasta el tope para ir a una parada larga porque nunca se sabe cuándo va a ocurrir un accidente y va a salir el coche de seguridad.
Y, ¿cómo tomarse en serio la vida? Basta tomar un ejemplo de lo que no se debe hacer. Veamos cómo empuñar un proyecto propio es una tarea digna. Un profesor de instituto esta amargado si no se toma en serio su tarea, esto es, si no es honesto con su función. Si no sabe captar la importancia de su tarea no hará su trabajo con ilusión. Si sólo piensa que lo importante es cobrar a fin de mes, llegará un momento que no será capaz de aguantar ni una sola hora de clase. Todo le vendrá cuesta arriba y su inconformidad –cuando no infelicidad— hará que todo aquel que está cerca de él entre en estado de depresión, porque la alegría y la tristeza se traspasan de unas personas a otras. Esto es así porque hay una especie de empatía afectiva entre las personas.
En la vida los imprevistos nos abordan; nos pillan desprevenidos y nos hacen sufrir. Pero si hemos sido capaces de haber tratado a nuestros seres queridos y amigos lo mejor posible, de haber sido amable con todo el mundo, entonces habremos cargado nuestros depósitos para cuando la vida nos ponga ante un imprevisto. Dedicar tiempo a tu vida y a las personas que quieres, hacer del tiempo libre algo que merezca la pena conservar, disfrutar de lo que merece la pena y decir sí a aquello que siempre has querido hacer y que nunca has hecho por pereza, todo eso llena los depósitos de tu vida.
Pero la verdad es que lo más importante de una carrera es, al fin y al cabo, ganar. Y como en la vida hay Ganadores y “ganadores”. Basta fijarse en los dos últimos campeones del mundo de F1, Alonso y Hamilton. El primero, símbolo de la honradez y la humildad. Todo el mundo recuerda cuando le impidieron que repartiera el dinero ganado en cada carrera con su equipo. Y no es por “debilidad” sino por exceso de “fuerza”. Es su capacidad de ser más, su potencia, lo que lo convierte en un As de la fórmula 1. El segundo, Hamilton, símbolo de la prepotencia y la ambición. Y ahí quedan las peripecias de esta persona que se cree el centro del Universo. Que juzguen ustedes qué tipo de ganador es mejor y que cada cual tome ejemplo de quien quiera. Pero para mí aquel ganador que siempre quedará en mi recuerdo es aquel que, como Alonso, sabe subir a la cima y espera la bajada con una sonrisa. Ya vendrán otros retos…
D. Fernández.