Hace unos días me encontre una cita en un libro de Jose Antonio Marina que se llama Aprender a convivir. Esa cita es la que se encuentra en la entrada anterior. En ella se condensa toda una reflexión que está lejos de ser superficial, cuanto menos trivial. Y es que no resulta fácil adquirir una sabiduría acerca de la vida, sobre todo en los tiempos que vivimos. Un pensador que es afín al planteamiento de la cita es Spinoza. Nadie mejor que él supo navegar en los problemas en los que uno se metía si se proponía hacerle caso a las pasiones.
La verdad es que hoy día parece claro que la razón es sólo una pasión más, sólo que la más fuerte en la mayoría de los casos. La alegría, la tristeza, el dolor, el placer, el amor, el odio, la esperanza, el miedo, etc., son pasiones que todos sentimos como legítimas. Y la cuestión es saber articularlas de modo que nos hagan vivir una vida feliz, que de eso se trata. El problema es que uno no está sólo en el mundo y la felicidad depende tanto de uno mismo (en el interior de cada cual) como de las circunstancias, el entorno en el que uno vive y la realidad que se nos impone vivir.
En su particular propuesta, Spinoza aconsejaba ser cautos. Su lema "caute" resuena con fuerza en aquel que debe de tomar una decisión crucial en su vida: saber qué estudiar, elegir la persana a quien amar, elegir un trabajo, apoyar grandes proyectos humanitarios... Aunque aquí habría que hacer un pequeño paréntesis y es que hay muchos que cuestionan la idea de que nos juguemos tanto en las decisiones que consideramos trascendentales, pues piensan que es en las elecciones más banales en las que verdaderamente decidimos sobre lo importante de nuestras vidas. Aparte de esto, de lo que se trata en esta propuesta de la cita es de ver lo que uno puede y no puede. Hay que aprender a valorarse uno mismo y ver qué está a nuestro alcance y qué no. Para lo cual es importante analizar qué nos viene impuesto por las circunstancias y qué es posible elegir. Y este es el quid de la cuestión. Esto nos transporta a la vieja sabiduría aristotélica del hombre prudente. El problema estriba entonces en cómo ser un hombre sabio, teniendo en cuenta que sabio es aquel que consigue ser feliz.
En esto no hay que trivializar pues no se puede ser feliz estando sólo, por mucho dinero y salud que tenga uno. Lo importante nos lo jugamos en nuetras relaciones con los demás. Son ellos los que nos dan la felicidad o no la quitan en nuestro proyecto de ser felices, esto es, de empuñar nuestra libertad en la consecución de metas dignas. Y aquí, creo, que sólo nos puede ayudar la humildad, la generosidad y la honradez. Estas serían a mi entender aquellas pasiones que hacen que aquel que busca en precario la felicidad consiga sus objetivos. No es facil vivir entre aquello que nos imponen las circunstancias -que nos oprime a la indiferencia y a la inactividad- y aquello que anhelamos -a veces imposible y a veces deseable para poder mejorar-. Pero en el esfuerzo está la respuesta. A la pregunta de por qué esforzarnos en ser mejores nunca nadie ha respondido como Nietzsche: ¡por poder!, esto es, porque sí. Y aquí parece que se detiene la reflexión. Y es que, como decía Aristóteles, no se puede dar razón de todo.
La verdad es que hoy día parece claro que la razón es sólo una pasión más, sólo que la más fuerte en la mayoría de los casos. La alegría, la tristeza, el dolor, el placer, el amor, el odio, la esperanza, el miedo, etc., son pasiones que todos sentimos como legítimas. Y la cuestión es saber articularlas de modo que nos hagan vivir una vida feliz, que de eso se trata. El problema es que uno no está sólo en el mundo y la felicidad depende tanto de uno mismo (en el interior de cada cual) como de las circunstancias, el entorno en el que uno vive y la realidad que se nos impone vivir.
En su particular propuesta, Spinoza aconsejaba ser cautos. Su lema "caute" resuena con fuerza en aquel que debe de tomar una decisión crucial en su vida: saber qué estudiar, elegir la persana a quien amar, elegir un trabajo, apoyar grandes proyectos humanitarios... Aunque aquí habría que hacer un pequeño paréntesis y es que hay muchos que cuestionan la idea de que nos juguemos tanto en las decisiones que consideramos trascendentales, pues piensan que es en las elecciones más banales en las que verdaderamente decidimos sobre lo importante de nuestras vidas. Aparte de esto, de lo que se trata en esta propuesta de la cita es de ver lo que uno puede y no puede. Hay que aprender a valorarse uno mismo y ver qué está a nuestro alcance y qué no. Para lo cual es importante analizar qué nos viene impuesto por las circunstancias y qué es posible elegir. Y este es el quid de la cuestión. Esto nos transporta a la vieja sabiduría aristotélica del hombre prudente. El problema estriba entonces en cómo ser un hombre sabio, teniendo en cuenta que sabio es aquel que consigue ser feliz.
En esto no hay que trivializar pues no se puede ser feliz estando sólo, por mucho dinero y salud que tenga uno. Lo importante nos lo jugamos en nuetras relaciones con los demás. Son ellos los que nos dan la felicidad o no la quitan en nuestro proyecto de ser felices, esto es, de empuñar nuestra libertad en la consecución de metas dignas. Y aquí, creo, que sólo nos puede ayudar la humildad, la generosidad y la honradez. Estas serían a mi entender aquellas pasiones que hacen que aquel que busca en precario la felicidad consiga sus objetivos. No es facil vivir entre aquello que nos imponen las circunstancias -que nos oprime a la indiferencia y a la inactividad- y aquello que anhelamos -a veces imposible y a veces deseable para poder mejorar-. Pero en el esfuerzo está la respuesta. A la pregunta de por qué esforzarnos en ser mejores nunca nadie ha respondido como Nietzsche: ¡por poder!, esto es, porque sí. Y aquí parece que se detiene la reflexión. Y es que, como decía Aristóteles, no se puede dar razón de todo.
D. Fernández.
No hay comentarios:
Publicar un comentario