Estimad@/s amig@/s:
Dado que los acontecimientos que están teniendo lugar en España no son difundidos adecuadamente por los medios de comunicación convencionales, y también porque muchos de nuestros amigos y colegas de otras universidades europeas nos estáis solicitando expresamente información, un grupo variado de miembros de la Universidad española y de jóvenes que participan en tales sucesos hemos acordado, en consonancia con el sentir generalizado, precisar lo siguiente:
1. DESINFORMACIÓN
El hecho mismo de la falta de información es un problema que debe ser subrayado. Cuando se supone que nuestras democracias aseguran la libertad de expresión, resulta muy indignante y necesitado de una seria reflexión que los medios de comunicación estén minimizando y deformando lo que realmente sucede. Lo están minimizando porque prestan una atención escasísima ante un conjunto de sucesos que, sin embargo, constituyen un movimiento multitudinario, cuyo sentido es inédito en las últimas décadas. Lo están minimizando porque lo vinculan exclusivamente con problemas contingentes e internos relacionados con la crisis económica y política de nuestro país, cuando, por el contrario, las protestas y reivindicaciones rebasan el contexto español y se refieren ya a la situación actual de Europa, de Occidente y del mundo. Los medios, por otra parte, están deformando lo que sucede porque aprovechan cualquier mínimo “error” o “desviación” de la dirección general de los acontecimientos para hacer de ello lo general y central de éstos. Así, por ejemplo, se suelen referir a jóvenes “anarquistas” o “antisistema” sin ideas concretas que desean impedir el libre juego de las elecciones democráticas. Pero todo ello es falso y se aclara en los siguientes puntos.
2. “POR UNA DEMOCRACIA REAL YA”
Los acontecimientos comienzan con manifestaciones de miles de personas en toda España el día 15 de mayo. Es claro que tales manifestaciones tienen lugar antes de las elecciones municipales, pero no pretenden impedirlas, sino reclamar de ellas la altura democrática suficiente. Las manifestaciones no apoyaron o repudiaron a ningún partido político en particular, sino que se presentaban como pre-políticas, en el sentido de que se dirigían a la forma misma de ejercer la democracia, cuestionando el modelo de democracia (restringido por unos partidos que respetan muy defectuosamente el mandato constitucional de ser vehículo de la participación popular) y su alcance (pues una democracia a la que se le confisca las decisiones económicas no es democracia).
En esa línea se hacían reivindicaciones de fondo como las siguientes: reforma de la ley electoral (que propicia un modelo bipartidista capaz de marginar otras opciones ya existentes o por crear), una democracia mucho más participativa (que corrija los modelos actuales con la introducción, por una parte, de dispositivos que amplíen la participación democrática y, por otra parte, de control judicial de la intromisión de la economía en la política), la vinculación de la mayoría de la clase política con los poderes económico-financieros, la falta de transparencia, la corrupción y, más allá de todo ello, la carencia de ideas genuinas en nuestros gobernantes, de ideas que tengan un valor en sí mismo y que no se reduzcan simplemente a su carácter pragmático y coyuntural para resolver problemas a corto plazo.
En ese sentido, el movimiento conecta con la defensa de una tradición moral republicana para la cual, por un lado, la vida política debe convertirse en parte de cualquier proyecto de un ciudadano que se precie y que sostiene, por otra parte, que vivir exclusivamente de la política corrompe profundamente cualquier servicio público, el cual, en cuanto tal, debe ser provisional y abierto a la rotación ciudadana. Se estaba demandando de la clase política, y se sigue demandando de ella, una reflexión sobre la situación general en la que nos encontramos, no sólo en España, sino en Europa, cuya “crisis” es mucho más que económica: “crisis” de valores que estén por encima de los mercados y del simple bienestar práctico.
En este contexto es necesario destacar que el signo universal de todas estas reivindicaciones ha ido haciéndose progresivamente explícito, estando referido, en lo concerniente a la situación económica, a la ciudadanía europea en general (en la medida en que se exige que la crisis económica no la paguen los más pobres, sean españoles o de cualquier otro país) y dirigido al mundo entero en el plano de un mundo globalizado (al reclamar una reflexión sobre las diferencias de poder generadas entre “mundos”, primero, segundo y tercero)
3. “ACAMPADAS”
A las manifestaciones del 15 M siguieron lo que ha sido llamado “acampadas”. Las acampadas son procesos de reflexión ciudadana que tienen lugar en plazas de prácticamente todas las ciudades españolas. A dichas plazas acuden diariamente miles de personas, primero jóvenes pero de inmediato de todas las edades. Las reflexiones adoptan la forma de “asambleas”, en un espacio que, en su forma, recupera experiencias de participación pública masiva que, desde el mundo clásico, nos recuerdan que la felicidad está también en compartir lo común y no sólo en la búsqueda competitiva del éxito individual. Como toda transformación política noble, también aquí se recuperan experiencias democráticas que el mainstream académico había declarado fenecidas. Intensas discusiones revisan, con una calidad teórica más que respetable, los valores de la democracia griega o de los consejos obreros de 1956 en Budapest, las experiencias anarquistas o el sistema suizo. Algunos de quienes hablan de ello son profesores de universidad; otros son camioneros, funcionarias o amas de casa que han preparado concienzudamente sus intervenciones. No asombrarse ante esto, no admirar su novedad, sólo pueden hacerlo personas poco liberales, en el sentido original del término, tal y como floreció en la revolución española de 1812: personas poco generosas, o, como diría el Conde de Toreno, “hombres resentidos por vanidad, por envidia o por una censura merecida; todos los egoístas, todos los malos ciudadanos que no están bien con ningún gobierno, ni tienen más patria que a sí mismos”.
Los allí reunidos mantienen unos “mínimos indispensables”: comportamiento reflexivo pre-político (no vinculado a ninguna bandera política), comportamiento absolutamente pacífico, rechazo de cualquier jerarquía que no sea la de la argumentación y posibilidad de intervención para todos. Las “inquietudes” y los “problemas” allí discutidos adoptan luego una formulación consensuada. Mucho cabría decir sobre estas asambleas, incluido críticamente, pero a condición de aprender de todo lo que vivifican nuestra vida política y de lo que enriquecen la experiencia personal de quienes allí participan.
Este fenómeno ha provocado no sólo la simpatía de buena parte de la población española, sino también el entusiasmo, porque ha roto con décadas de inercia y de individualismo, mostrando una responsabilidad cívica, una capacidad de autogestión, una manifestación de respeto al “otro”.... que han estado tristemente ausentes de la vida española desde la transición política.
Pueden agruparse las preocupaciones de estas asambleas en dos órdenes. En el orden político, la continuación y ampliación de aquellas inquietudes que se expresaban en las manifestaciones del día 15, relativas a la necesidad de una democracia real (ya mencionadas). En ese contexto se ha ido mostrando, entre otras cosas, la necesidad de una sociedad civil genuina, una sociedad civil que hoy parece adoptar una forma reticular, sin “sujeto” central privilegiado, en la que las ideas se van forjando por medio de interacciones múltiples y multidireccionales. También puede ser destacado el deseo de transformar lo que tradicionalmente ha sido llamado “masa” (frecuentemente tildada de “ciega”, “inercial”, “carente de principios”, “sumisa”, etc.) en una nueva forma de vinculación “masiva” capaz de mantener la lucidez, de generar creativamente ideas nuevas, de fortalecerse contra las fuerzas inerciales que gobiernan a los seres humanos.
En un segundo orden de cosas, pueden agruparse aquellas problemáticas que afectan a la cultura y forma de vida de nuestras sociedades. Entran aquí las protestas contra el dominio del neoliberalismo, que no es sólo ya una forma del trabajo y la economía, sino un modo de vida y comprensión del mundo. Cuando miles de pancartas muestran la frase “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros” se está diciendo, sí, que hemos de protegernos del poder económico. Ahora bien, no es reductible a esto. Se dice también que el ser humano, en cuanto tal, “no puede ser tratado como mercancía”, que el ser humano no puede perder su autonomía, su capacidad de juicio, su vida creativa, convirtiéndose en un mero consumidor, en un mero objeto a disposición de un modo de vida en el que sólo rige la estrategia utilitaria, el pragmatismo sin ideales nobles o la competitividad. Entran aquí también las inquietudes que se refieren a la necesidad de repensar qué significa “progreso” y qué tipo de “progreso” deseamos, pues el progreso, si es sólo monetario o tecnológico, no moviliza lo propiamente humano. Es por ello por lo que no se puede confundir este movimiento con un malestar propio de personas que “viven cómodamente” y que añoran su bienestar material. La “indignación” pide a España, a Europa y al mundo una reflexión sobre lo que conviene a la “dignidad” del ser humano.
En el momento presente, este movimiento, que se mueve entre la transformación política y la cultural, está llamando la atención de la Universidad española, precisamente por el alcance universal que ha mostrado. En estos momentos, la universidad de nuestro país está en proceso de unificar sus esfuerzos por mostrar, en la línea de todo lo anterior, el carácter filosófico de las intenciones más profundas del movimiento: la necesidad de repensar nuestro destino europeo, nuestra decadencia en principios y horizontes de sentido, y con ello, también el destino de la humanidad.
9 de Junio, en un lugar cualquiera de España,
Por personas que están viviendo la misma experiencia.
Dado que los acontecimientos que están teniendo lugar en España no son difundidos adecuadamente por los medios de comunicación convencionales, y también porque muchos de nuestros amigos y colegas de otras universidades europeas nos estáis solicitando expresamente información, un grupo variado de miembros de la Universidad española y de jóvenes que participan en tales sucesos hemos acordado, en consonancia con el sentir generalizado, precisar lo siguiente:
1. DESINFORMACIÓN
El hecho mismo de la falta de información es un problema que debe ser subrayado. Cuando se supone que nuestras democracias aseguran la libertad de expresión, resulta muy indignante y necesitado de una seria reflexión que los medios de comunicación estén minimizando y deformando lo que realmente sucede. Lo están minimizando porque prestan una atención escasísima ante un conjunto de sucesos que, sin embargo, constituyen un movimiento multitudinario, cuyo sentido es inédito en las últimas décadas. Lo están minimizando porque lo vinculan exclusivamente con problemas contingentes e internos relacionados con la crisis económica y política de nuestro país, cuando, por el contrario, las protestas y reivindicaciones rebasan el contexto español y se refieren ya a la situación actual de Europa, de Occidente y del mundo. Los medios, por otra parte, están deformando lo que sucede porque aprovechan cualquier mínimo “error” o “desviación” de la dirección general de los acontecimientos para hacer de ello lo general y central de éstos. Así, por ejemplo, se suelen referir a jóvenes “anarquistas” o “antisistema” sin ideas concretas que desean impedir el libre juego de las elecciones democráticas. Pero todo ello es falso y se aclara en los siguientes puntos.
2. “POR UNA DEMOCRACIA REAL YA”
Los acontecimientos comienzan con manifestaciones de miles de personas en toda España el día 15 de mayo. Es claro que tales manifestaciones tienen lugar antes de las elecciones municipales, pero no pretenden impedirlas, sino reclamar de ellas la altura democrática suficiente. Las manifestaciones no apoyaron o repudiaron a ningún partido político en particular, sino que se presentaban como pre-políticas, en el sentido de que se dirigían a la forma misma de ejercer la democracia, cuestionando el modelo de democracia (restringido por unos partidos que respetan muy defectuosamente el mandato constitucional de ser vehículo de la participación popular) y su alcance (pues una democracia a la que se le confisca las decisiones económicas no es democracia).
En esa línea se hacían reivindicaciones de fondo como las siguientes: reforma de la ley electoral (que propicia un modelo bipartidista capaz de marginar otras opciones ya existentes o por crear), una democracia mucho más participativa (que corrija los modelos actuales con la introducción, por una parte, de dispositivos que amplíen la participación democrática y, por otra parte, de control judicial de la intromisión de la economía en la política), la vinculación de la mayoría de la clase política con los poderes económico-financieros, la falta de transparencia, la corrupción y, más allá de todo ello, la carencia de ideas genuinas en nuestros gobernantes, de ideas que tengan un valor en sí mismo y que no se reduzcan simplemente a su carácter pragmático y coyuntural para resolver problemas a corto plazo.
En ese sentido, el movimiento conecta con la defensa de una tradición moral republicana para la cual, por un lado, la vida política debe convertirse en parte de cualquier proyecto de un ciudadano que se precie y que sostiene, por otra parte, que vivir exclusivamente de la política corrompe profundamente cualquier servicio público, el cual, en cuanto tal, debe ser provisional y abierto a la rotación ciudadana. Se estaba demandando de la clase política, y se sigue demandando de ella, una reflexión sobre la situación general en la que nos encontramos, no sólo en España, sino en Europa, cuya “crisis” es mucho más que económica: “crisis” de valores que estén por encima de los mercados y del simple bienestar práctico.
En este contexto es necesario destacar que el signo universal de todas estas reivindicaciones ha ido haciéndose progresivamente explícito, estando referido, en lo concerniente a la situación económica, a la ciudadanía europea en general (en la medida en que se exige que la crisis económica no la paguen los más pobres, sean españoles o de cualquier otro país) y dirigido al mundo entero en el plano de un mundo globalizado (al reclamar una reflexión sobre las diferencias de poder generadas entre “mundos”, primero, segundo y tercero)
3. “ACAMPADAS”
A las manifestaciones del 15 M siguieron lo que ha sido llamado “acampadas”. Las acampadas son procesos de reflexión ciudadana que tienen lugar en plazas de prácticamente todas las ciudades españolas. A dichas plazas acuden diariamente miles de personas, primero jóvenes pero de inmediato de todas las edades. Las reflexiones adoptan la forma de “asambleas”, en un espacio que, en su forma, recupera experiencias de participación pública masiva que, desde el mundo clásico, nos recuerdan que la felicidad está también en compartir lo común y no sólo en la búsqueda competitiva del éxito individual. Como toda transformación política noble, también aquí se recuperan experiencias democráticas que el mainstream académico había declarado fenecidas. Intensas discusiones revisan, con una calidad teórica más que respetable, los valores de la democracia griega o de los consejos obreros de 1956 en Budapest, las experiencias anarquistas o el sistema suizo. Algunos de quienes hablan de ello son profesores de universidad; otros son camioneros, funcionarias o amas de casa que han preparado concienzudamente sus intervenciones. No asombrarse ante esto, no admirar su novedad, sólo pueden hacerlo personas poco liberales, en el sentido original del término, tal y como floreció en la revolución española de 1812: personas poco generosas, o, como diría el Conde de Toreno, “hombres resentidos por vanidad, por envidia o por una censura merecida; todos los egoístas, todos los malos ciudadanos que no están bien con ningún gobierno, ni tienen más patria que a sí mismos”.
Los allí reunidos mantienen unos “mínimos indispensables”: comportamiento reflexivo pre-político (no vinculado a ninguna bandera política), comportamiento absolutamente pacífico, rechazo de cualquier jerarquía que no sea la de la argumentación y posibilidad de intervención para todos. Las “inquietudes” y los “problemas” allí discutidos adoptan luego una formulación consensuada. Mucho cabría decir sobre estas asambleas, incluido críticamente, pero a condición de aprender de todo lo que vivifican nuestra vida política y de lo que enriquecen la experiencia personal de quienes allí participan.
Este fenómeno ha provocado no sólo la simpatía de buena parte de la población española, sino también el entusiasmo, porque ha roto con décadas de inercia y de individualismo, mostrando una responsabilidad cívica, una capacidad de autogestión, una manifestación de respeto al “otro”.... que han estado tristemente ausentes de la vida española desde la transición política.
Pueden agruparse las preocupaciones de estas asambleas en dos órdenes. En el orden político, la continuación y ampliación de aquellas inquietudes que se expresaban en las manifestaciones del día 15, relativas a la necesidad de una democracia real (ya mencionadas). En ese contexto se ha ido mostrando, entre otras cosas, la necesidad de una sociedad civil genuina, una sociedad civil que hoy parece adoptar una forma reticular, sin “sujeto” central privilegiado, en la que las ideas se van forjando por medio de interacciones múltiples y multidireccionales. También puede ser destacado el deseo de transformar lo que tradicionalmente ha sido llamado “masa” (frecuentemente tildada de “ciega”, “inercial”, “carente de principios”, “sumisa”, etc.) en una nueva forma de vinculación “masiva” capaz de mantener la lucidez, de generar creativamente ideas nuevas, de fortalecerse contra las fuerzas inerciales que gobiernan a los seres humanos.
En un segundo orden de cosas, pueden agruparse aquellas problemáticas que afectan a la cultura y forma de vida de nuestras sociedades. Entran aquí las protestas contra el dominio del neoliberalismo, que no es sólo ya una forma del trabajo y la economía, sino un modo de vida y comprensión del mundo. Cuando miles de pancartas muestran la frase “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros” se está diciendo, sí, que hemos de protegernos del poder económico. Ahora bien, no es reductible a esto. Se dice también que el ser humano, en cuanto tal, “no puede ser tratado como mercancía”, que el ser humano no puede perder su autonomía, su capacidad de juicio, su vida creativa, convirtiéndose en un mero consumidor, en un mero objeto a disposición de un modo de vida en el que sólo rige la estrategia utilitaria, el pragmatismo sin ideales nobles o la competitividad. Entran aquí también las inquietudes que se refieren a la necesidad de repensar qué significa “progreso” y qué tipo de “progreso” deseamos, pues el progreso, si es sólo monetario o tecnológico, no moviliza lo propiamente humano. Es por ello por lo que no se puede confundir este movimiento con un malestar propio de personas que “viven cómodamente” y que añoran su bienestar material. La “indignación” pide a España, a Europa y al mundo una reflexión sobre lo que conviene a la “dignidad” del ser humano.
En el momento presente, este movimiento, que se mueve entre la transformación política y la cultural, está llamando la atención de la Universidad española, precisamente por el alcance universal que ha mostrado. En estos momentos, la universidad de nuestro país está en proceso de unificar sus esfuerzos por mostrar, en la línea de todo lo anterior, el carácter filosófico de las intenciones más profundas del movimiento: la necesidad de repensar nuestro destino europeo, nuestra decadencia en principios y horizontes de sentido, y con ello, también el destino de la humanidad.
9 de Junio, en un lugar cualquiera de España,
Por personas que están viviendo la misma experiencia.
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